- Texto escrito por Franco Cárcamo para el lanzamiento de «Luces en El Bajo»,
el 18 de noviembre, en la Cafetería La Mezcla.
Un feto, un muerto, un cuento
1.
El miércoles pasado, en el club de lectura de La Coreccional, hablábamos sobre necrofilia. Entonces, para referirnos a los muertos, con los que el protagonista del libro tenía relaciones, nos hicimos una pregunta: ¿Dónde empieza y termina la vida? ¿Es el feto ya una vida? ¿Es el cadáver, aún, una vida? ¿Cuándo una persona es una persona y no algo menos que una persona?, por ejemplo, una cosa.
No se preocupen, no es que “Luces en el bajo”, de Javiera Fuentes, hable sobre necrofilia, pero hoy se me ocurrió hacerles una pregunta parecida a la que me hice en ese momento: ¿Dónde empieza y termina la vida del cuento? ¿En qué instante? ¿Cuándo un cuento es un cuento y cuando es, por ejemplo, nada más que un montón de palabras acompañándose? Palabras que llegaron ahí por coincidencia, por un azar beneficioso para ellas.
¿Cuándo un cuento es un cuento y no una tarea? O un ejercicio. O un ensayo. ¿El cuento ya es un cuento cuando se está empezando a escribir? ¿Inmediatamente después que sale de los dedos de alguien? ¿En sus primeras versiones, como una semilla ya es una planta y como -según algunos- un feto ya es un humano? ¿O los cuentos tienen que gestarse? ¿Crecer y cambiar de forma en una incubadora de papel? ¿Un cuento es por fin un cuento cuando se publica? ¿O cuándo alguien más lo lee? ¿O basta con que se escriba?
¿Qué momento es el nacimiento de un cuento? ¿Cuándo está terminado? ¿Cuándo pasa a formar parte del selecto grupo de las cosas que existen?
2.
No creo que la comparación entre un feto, un muerto y un cuento sea tan descabellada, porque a menudo olvidamos que esa persona que tanto nos gusta, de mejillas rojas, pelo brillante, cintura apetecible, o piernas fuertes, hombros redondos y brazos gruesos, es, en efecto, nada más carne bien distribuida. Un grupo gigantesco de células haciendo su trabajo. Un montón de extremidades que conocían su lugar y se ubicaron justo donde deberían estar, solo para que ahora, al ver a esas extremidades moviéndose, nos encandilemos por su belleza, lo bien que habla, lo rico que huele, y la expresión que pone cuando está triste.
Lo que quiero decir, es que una persona es una serie de partes encontrando su lugar, y que a menudo, el encantamiento que nos produce ese todo, nos hace imposible ver sus partes. Y un cuento, es mi trabajo decirles, es todo sobre sus partes. Eso es lo que enseño, eso es lo que he visto. He presenciado la transformación. Imagínense que en vez de crecer desde un feto a una persona, lo que hacemos es buscar distintas combinaciones hasta dar con nuestra forma final. Que antes de nacer, tenemos un ojo en el codo, una oreja en el pie, y un brazo en la pierna, y que entonces, cuando encontramos nuestro orden, solo entonces, nacemos.
Eso es lo que Javiera hizo. Eso es escribir. Escribir es un nacimiento previamente ensayado, incontables veces. Imagínense que Javiera, en vez de llamarse Javiera, se llamara “Javiera versión 3 final”, y que yo, Franco, en vez de llamarme Franco, me llamara “Franco final final definitivo final… Versión 4”.
Antes de tener “Luces en el bajo” entre las manos, tuve el privilegio de ver cada una de sus versiones. Vi sus combinaciones posibles, sus nacimientos previos al nacimiento. Vi cómo la coincidencia se volvió una decisión, y las palabras fueron chocando entre sí hasta formar eso que hoy llamamos el primer libro de cuentos de Javiera Fuentes.
3.
Para que lo entiendan bien, escribir se parece bastante a lidiar con muertos. Presentamos cuerpos de gente en una mesa de disección a la que llamamos “taller literario”, y dejamos que nuestras compañeras y compañeros los abran para ver qué tienen dentro, para revisar sus músculos y sugerir que esta pierna iría mejor abajo y no saliendo del pecho, o que nuestro cadáver se vería mejor con el pelo ondulado y un poco de rubor. La estructura no se entiende, el clímax no queda claro, esta oración es muy larga, el pasado lleva tilde, le falta acción o el personaje habla de una forma y después de otra.
Piensen en la pintura “La lección de Anatomía” de Rembrandt. Piensen en ese pobre cuerpo, pálido, expuesto, con el brazo abierto como un tallo. Ahora imaginen que todos esos hombres son mujeres, pero retengan esos rostros. Una mira atentamente la carne, otra mira al profesor, alguien revisa un libro. Y el pobre muerto, que solo quiere seguir muerto, está ahí, inmóvil, sin otra opción que seguir siendo torturado.
Así es el grupo que tenemos con Javiera. Así es un taller.
Uno de los peligros de los talleres literarios es la edición constante. Todos los cuentos son perfectibles. Eternamente perfectibles. Y si un cuento se presenta en un taller, vamos a encontrar cosas que pueden arreglarse, vamos a sugerir otro orden, le vamos a pedir algo más, otra cosa, un poquito más de desarrollo, una pincelada.
En la literatura no dejamos que los muertos sigan muertos, atenta contra nuestros principios. Hacemos todo lo contrario. Escribir se parece bastante a resucitar. Por eso experimentamos y sugerimos tanto. Para hacer de ese cuerpo, de ese feto, de ese muerto, ¡de ese zombi!, algo vivo, como si fuéramos el Doctor Frankenstein, y le enseñáramos al muerto a caminar, a hablar, a contar su historia, y por qué no, a matar gente.
Eso es pasar por un taller literario. Eso es lo que tienen aquí. “Luces en el bajo”, es alguien que resucitó. Escribir es, esencialmente, hacer que los muertos hablen.
La parte curiosa es que en los cuentos de Javiera los muertos no abundan. Suponemos que en “Nadie hace nada” a un personaje lo matan los perros, que en “Estuvo ahí” otro huye por la ventana, y de hecho, en “No esta noche” (uno de mis cuentos favoritos), el protagonista, en vez de morir, se convierte en un vampiro, en alguien inmortal.
Hay tristeza, sí, o su versión más actual, resignación. Pero los cuentos de Javiera parecen obstinarse más en celebrar la vida. Hay ternura, cierta fascinación por la simpleza, por lo delicadas que son las formas que imprime el dolor. Digamos, que Javiera celebra la tristeza de la vida. Y por lo mismo, además de contar sus historias, provoca algo inusual: nos obliga a querer a sus personajes. Tenerles cariño. Atrévanse a leer “Estuvo ahí” y no sentir cariño por Don Luis. Después hablamos.
¿Ustedes sabían esto? ¿Que antes del cuento, Don Luis estaba muerto? ¿Que era un cuerpo cortado en partecitas pequeñas, desangrándose y tratando de respirar?
¿Cómo algo que estuvo muerto puede estar ahora tan vivo? ¿Cómo podemos querer tanto a algo que que no es más que un montón de palabras conociendo su lugar? Carne bien distribuida, un nacimiento previamente ensayado.
4.
A veces pienso que lo mío no es la literatura, sino la escritura. Que la literatura es del reino de los vivos y que la escritura del reino de los muertos. Y si recuerdan la primera idea de esta presentación, podrán imaginar con quienes me siento más cómodo. A los que hacemos talleres de escritura creativa, nos encantan los cadáveres. De hecho, a veces pienso que cuando un texto deja de ser escritura y comienza a ser literatura, cuando camina, sonríe y está vivo, deja de ser de mi dominio y ya no tengo pito que tocar. Pero aquí estoy, hablando de lo que fue un cadáver, intentando dejar al nuevo vivo intacto… y seguir su vida.
¿Cuándo un cuento es un cuento? ¿Cuándo está terminado? ¿Cuándo una persona es una persona y no un montón de células?
Aquí algunos ensayos de respuestas: Un cuento es un cuento cuando las palabras se animan. Cuando se mueven. Cuando las vocales caminan. No cuando nacen, sino cuando reviven. Un cuento solo es un cuento cuando ya experimentó la muerte.
Cuando un muerto se levanta de la mesa de operaciones y alguien exclama: ¡está vivo!, eso es leer un cuento. Cuando un muerto es capaz de ponerse a llorar y nosotras nos compadecemos de su desgracia, eso es literatura. Y cuando la literatura deja de oler de a muerto y tiene el perfume de una persona viva, eso es un libro.
Así que aquí les dejo a Javiera Fuentes, graduada de anatomía, conocedora de la muerte, bruja negra y nigromante, y a “Luces en el bajo”, un muerto que respira, sonríe, piensa, se entristece, pide agua, y más importante aún, que reclama, con obstinación, la vida que le fue prometida.
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